Charles de Gaulle, antiguo Presidente de la República Francesa, dijo una vez que en las elecciones norteamericanas deberíamos poder votar todos los ciudadanos del mundo. En aquellos momentos (e incluso ahora) no le faltaba razón, puesto que Estados Unidos es, si no el mayor, uno de los mayores generadores de códigos geopolíticos.
Tenía preparada otra entrada para subir al blog, pero a raíz de las elecciones norteamericanas de la semana pasada han sido muchos los que me han preguntado sobre el funcionamiento de su sistema electoral, con el fin de poder entender mejor qué ha estado ocurriendo durante los últimos meses y qué pasó exactamente la noche de las elecciones. Soy consciente de que esta información llega tarde, pero espero que a algunos les sirva para enfrentarse a las elecciones de 2016 con otros ojos.
Hay algunas diferencias básicas con respecto al sistema electoral español que debemos tener muy presentes a la hora de hablar del sistema electoral norteamericano: una vez tengamos claros estos conceptos, creo que nos será más fácil comprender de una manera general el funcionamiento del engranaje electoral norteamericano. En primer lugar, la organización territorial es federal. En segundo lugar, se trata de una República constitucional presidencialista, con un sufragio distinto, y un sistema electoral mayoritario.
¿Cómo funciona el sufragio? Todos sabemos que, en España, una vez cumples 18 años, tu derecho al voto se vuelve activo de manera automática. En Estados Unidos, sin embargo, es un proceso que debe realizar cada ciudadano. Todo el que quiera votar que no lo haya hecho antes debe ir personalmente a registrarse como votante para poder ejercer este derecho. El registro se realiza una sola vez en la vida, y normalmente tienes que definirte en ese momento como demócrata, republicano o independiente, aunque esta característica se puede modificar a posteriori. Es por esto que la campaña de Obama de 2008 se centró no solamente en lograr votos, sino sobre todo en que la gente fuera a registrarse para votar, ya que Estados Unidos es uno de los países donde existe mayor abstención.
Y después, ¿qué pasa? ¿Por qué los demócratas gritan si ganan en Estados como Ohio? ¿Por qué damos por supuesto que los republicanos ganarán en Utah?
Al igual que en España, en Estados Unidos hay Estados donde los analistas saben qué partido saldrá ganador, bien por su historia, bien por tradición de voto. Así, sabemos que los republicanos (a no ser que ocurra una desgracia muy grande de repente) ganarán siempre en Estados como Utah, Kansas o Texas; y que Estados como California, Illionis o Hawaii son tradicionalmente demócratas. De esta manera, al principio de la campaña presidencial se comienza a dibujar un mapa con los Estados donde el voto hacia hacia uno u otro candidato es seguro. Por supuesto, hay Estados donde nadie sabe qué va a ocurrir, y son estos donde los candidatos emplean sus mayores esfuerzos y donde concentran la mayor parte de la campaña los dos años anteriores a las elecciones. Son los llamados «swing states», esos Estados indecisos donde no hay tradición histórica republicana o demócrata, y que normalmente suelen ser decisivos a la hora de darle la victoria a uno de los oponentes. En estas elecciones, los grandes Estados indecisos han sido Ohio, Florida, Virginia, Wisconsin y Colorado. Otros como Pennsylvania, Iowa o New Hampshire revelaban una tendencia hacia uno de los candidatos, pero tampoco estaba confirmado al 100%.
Una vez conformado el mapa completo de los Estados donde el voto es seguro y de los indecisos, los analistas políticos comienzan a jugar con las combinaciones de los Estados que necesita cada candidato para ganar. Es más, el «cuántos» queda en un segundo plano, porque lo realmente importante es cuáles: los demócratas pueden tener un número menor de Estados donde hayan ganado, y aun así haber obtenido la victoria presidencial. Esto se debe a que cada Estado tiene una serie de representantes en función de sus habitantes, y aquí es donde parece que se complica la cosa, pero en realidad es mucho más sencillo.
Como ya hemos dicho, el sistema electoral es mayoritario, y se aplica lo que se conoce como «the winner takes it all». No existe ni fórmula D’Hondt, ni reparto de escaños, ni nada parecido. El proceso es el siguiente: los ciudadanos (que previamente se han registrado voto votantes) acuden a elegir a un candidato dentro del Estado, pongamos, de California. Una vez finalizada la jornada, se produce el recuento de votos de un partido y de otro. El partido demócrata tiene más votos y, por su número de habitantes, California tiene 55 representantes, así que en este escenario los 55 representantes van para los demócratas. Esto es importante que se entienda, ya que no se produce ningún tipo de reparto proporcional en función de los votos. Así, ganar en un Estado supone ganar todos sus representantes, y para lograr la presidencia son necesarios 270 de ellos. Por ello, durante la noche de recuento electoral y dependiendo de qué Estados logre cada oponente las posibles combinaciones se van reduciendo, hasta que los candidatos necesitan Estados concretos para ganar. En este juego de fórmulas, los indecisos son fundamentales, puesto que aportan un gran número de representantes que, normalmente, son decisivos en el recuento final.
Después de la victoria electoral, llega el acto de gobernar en sí mismo, y este hecho también despierta dudas entre muchas personas. ¿Por qué en Estados Unidos los miembros de la Cámara de Representantes pueden votar en contra o a favor según les plazca? Como ya hemos explicado anteriormente, los representantes son elegidos en cada Estado y, después, estos eligen al Presidente. Si la mayoría de representantes son demócratas cabe pensar que el Presidente, por tanto, también lo será; pero esto no quiere decir que aprueben todas las leyes que proponga. Esto se debe a que, a diferencia de España, los representantes no ostentan su cargo gracias al Presidente, sino al revés: en este caso, es Barack Obama quien debe a los representantes la presidencia, puesto que cada uno ha sido elegido en su propio Estado, y se debe a los intereses de sus votantes. Es por ello que, si en el programa electoral de un representante demócrata se condena el aborto, no puede votar a favor de él en la Cámara, en orden de conservar su puesto. Es cierto que, por regla general, los representantes demócratas en su amplia mayoría estarán de acuerdo con las medidas de un Presidente demócrata, pero existen ciertos temas, como la sonada reforma sanitaria, que levantan ampollas entre representantes y votantes y no importa tanto el partido al que pertenezcas o la ideología. En principio, este sistema permite que un representante no esté atado a los intereses de su partido de manera completa, teniendo la libertad de poder elegir y votar en función de sus necesidades y de las de sus votantes.
En España, sin embargo, los parlamentarios se deben a su partido ya que, al tratarse de listas cerradas, podría decirse que han obtenido ese puesto gracias a que ha salido el candidato, así que existe esa «obligación moral» (y, en muchas ocasiones, no siempre justa o limpia) de votar a favor de todo lo que se le ocurra proponer al candidato de su partido.
Espero que, después de este artículo, todos seamos un poco más capaces de saber leer resultados como los siguientes.
Entiendo que no es el sistema electoral más fácil del mundo, pero a mí personalmente me resulta más fácil de entender que el nuestro. Y vosotros, después de haber recibido esta información, ¿qué pensáis?