Sobre nieve y recursos

Nieva en Madrid y parece que se tiene que parar toda España. Pero no es esto, exactamente, sobre lo que busco reflexionar aquí.

La nieve en Madrid tiene sus similitudes con una pandemia. En general, tiene paralelismos con cualquier evento que requiera esfuerzos especiales por parte del Estado. ¿Y por qué los tiene? Porque es en estos momentos cuando nos damos cuenta, al menos a mi parecer, de lo debilitado que está el Estado español. Yo creo que está en la UCI desde hace años, y con cada viraje político lo hundimos un poco más.

Me parece importante entender que, en cuanto a recursos se refiere, no se puede tener todo. Y con esto me refiero a que uno no puede aplaudir bajadas de impuestos y, al mismo tiempo, exigir máquinas quitanieves que limpien 24/7 una ciudad. En el caso concreto de la nevada, esos recursos y la infraestructura que se necesita son poco lógicos porque, como ya comentó mi amiga Paz (@pazserra) de forma muy certera, no podemos desviar dinero para tener infraestructuras y recursos para un fenómeno que, con suerte (y digo con suerte porque hola, cambio climático), es aislado y será tan raro como un eclipse o ver auroras boreales.

Pero, como he dicho al principio, no se trata solo de la nieve. Se trata de la esencia de quejarse de que el Estado no nos protege cuando llevamos años sin cuidar de él. Nuestro aparato estatal es raquítico, con poco alcance y con un margen de obra para urgencias que requieran grandes gastos de dinero bastante limitado. Si queremos máquinas quitanieves, hay que pagarlas. Y si queremos un sistema sanitario saneado, no basta con aplaudir desde el balcón a las ocho de la tarde.

Cada vez que alguien recuerda las «maravillas del mercado», habría que recordarle que las calles de Madrid se han despejado gracias a la iniciativa ciudadana. Y que el sistema sanitario público sigue funcionando porque su personal tiene una vocación de servicio que no parece conocer límites (y me gustaría recalcar que el personal es humano, y necesita sus descansos, y sus desconexiones, para poder rendir al máximo y atendernos de la mejor forma posible). Cuando llegó la pandemia, el mercado no salvó a nadie.

El Estado protege a sus ciudadanos. Si le dejamos.

La politóloga recomienda: Badiou contra Trump

Siempre he pensado que estudiar Ciencias Políticas te da una visión amplia sobre sucesos que ocurren en cualquier parte del mundo. Ciencias Políticas me permite, en gran medida, ser multidisciplinar, y eso me resulta apasionante.

Me interesa especialmente ir al origen de las cosas. Normalmente, pienso que no es posible entender un suceso de manera aislada, y menos en el mundo en el que vivimos. A veces entran en juego factores que ni siquiera habríamos considerado en ningún escenario. Y no se trata solamente de la globalización: el comportamiento humano no siempre es predecible, aunque nos guste pensar que sí. Y, aun cuando lo es, las consecuencias a largo plazo de las emociones que estamos intentando despertar son totalmente inciertas. Desde esta perspectiva, siempre he considerado que había una conexión entre sucesos como el brexit y la victoria de Trump o Bolsonaro. Y que ese origen estaba en todas esas personas que se sentían abandonadas por el sistema. Pero, ¿qué ocurre si el origen está todavía más atrás? ¿Si el problema es el sistema mismo?

Alain Badiou es un filósofo y novelista francés que, tras la victoria de Trump en Estados Unidos, da una serie de conferencias en el país donde invita a analizar lo acontecido desde una perspectiva lógica, intentando dejar de lado las emociones. Clave Intelectual los ha recogido en este libro, y menos mal que lo ha hecho. Porque sí, muchos (iba a poner todos, pero evidentemente esto no es cierto) sentimos la desazón cuando vimos que Donald Trump se convertía en presidente, pero esto ha ocurrido por una razón y, según la propuesta de Badiou, la razón es el sistema mismo en el que vivimos, esto es, el capitalismo.

Me es muy difícil opinar de este libro sin contar todos los detalles, porque lo subrayé prácticamente entero. En menos de cien páginas, Badiou explica que el problema de partida es que estamos convencidos de que solo hay un sistema posible para que vivamos: el modelo capitalista. Y que esta es una de sus (múltiples) victorias: no dejar espacio en nuestra mente para considerar que podría haber una alternativa. Así, como creemos que el capitalista es el único modelo para que la humanidad prospere, el sistema no tiene que venderse como perfecto. Ni siquiera tiene que ser bueno, ni intentar serlo. Es, sencillamente, lo único que hay. Y a mí esto hizo que me explotara la cabeza.

La manera en que retrata el juego izquierda-derecha de los partidos políticos es magistral; en efecto, en muchos países es difícil distinguirlos. Esto funciona en algunos lugares y facilita la estabilidad del modelo de gobierno y las políticas aplicadas, pero lo que busca Badiou que entendamos con sus conferencias es que ni la izquierda ni la derecha son reales. Lo único real es el capitalismo y lo que ha hecho de las personas: meros consumidores. ¿Para quién gobiernan los partidos, entonces? Y esta es una pregunta que me he formulado, en los últimos años, en múltiples ocasiones. ¿Gobiernan para las personas, o para la economía?

Si Trump fue elegido en Estados Unidos fue porque representaba una especie de contradicción. Una novedad, frente a candidatos que son exactamente iguales dentro de un margen de maniobra. Muestra de ello es Berlusconi, que ganó y lideró Italia durante tanto tiempo precisamente porque se vendió como un no-político. Así que este libro, que se titula “Badiou contra Trump”, no va específicamente sobre Donald Trump. Trump, Berlusconi, Bolsonaro, Orbán. Todos ellos son señales que nos avisan de un sistema que se está desmoronando y que, para seguir sobreviviendo, cobra forma de modelos de gobierno que no nos van a gustar tanto, como el fascismo democrático del que habla Badiou.

¿Y cómo lo arreglamos? Volviendo al origen, al de verdad. A la bifurcación del camino. Frente al capitalismo como moda de vida hay otra opción, debe haberla. Porque siempre hay alternativas. Cómo se llame esa idea realmente no importa, lo que importa es la idea misma, y la fuerza que tenga para reemplazar a la existente.

En menos de cien páginas, en tres conferencias, Badiou da claves que nos hacen entender la urgencia del tiempo en el que vivimos. La peligrosa transición de la que estamos siendo testigos. Y lo hace en un lenguaje sencillo, accesible, hasta divertido. Creo que es un libro que abre los ojos a otros caminos, a otros modelos, y que las charlas recogidas cumplen el sueño de cualquier filósofo: que nos hagamos preguntas. Que nos cuestionemos, que exploremos, y que busquemos respuestas más allá de nuestro horizonte. Si este libro consigue algo, es dejarte con esa sensación de incomodidad al ver que el orden establecido no es ideal, ni siquiera es bueno. Y desde ahí solamente pueden surgir ideas buenas.

Glovo y la necesidad del consumo instantáneo

Llevo varios días preguntándome cuál puede ser el motivo para necesitar un libro en media hora. Y esto os lo digo yo, que cuando sale un libro que me apetece o me interesa mucho me entra el ansia y, si fuera por mí (o por mi cuenta bancaria), lo compraría en ese momento.

Creo que me afecta especialmente porque veo cómo la necesidad del consumo rápido entra de lleno en la cultura, en un área que está hecha para el disfrute sin prisas. Si pienso en cultura, pienso en calma. En saborear con el reloj dado la vuelta, invisible.

Y después de ponerme triste por esto, veo comentarios en las redes sociales de personas diciendo que, gracias a su consumo, otros tienen trabajo y pueden llegar a fin de mes. Y me siento derrotada. Porque pienso que si este sistema ha llegado a convencernos de que es nuestra responsabilidad individual consumir para que otra persona pueda comer, ¿en qué nos hemos convertido? ¿Somos algo más, aparte de consumidores?

Extrema derecha, grupos militares y mensajes al Rey.

Hace dos años decidí que no usaría mis redes sociales para compartir nada que tuviese que ver con la extrema derecha. En concreto, la española. Me propuse no mencionar a nadie que expandiera mensajes de odio, ni siquiera para denunciar lo que estaba diciendo. Reflexioné sobre la finalidad de aquello y pensé que, al compartir sus mensajes para denunciarlo, en el fondo estaba formando parte de la cadena de expansión del mismo. Responder (cuando se trata de perfiles individuales) tampoco me resultaba útil; en la mayor parte de los casos, se trata de personas que no sienten ningún interés en debatir, ni intercambiar ideas, ni llegar a puntos en común. Vivimos en un mundo que cada vez se acerca más a los extremos, donde cada vez nos resulta más complicado que alguien nos lleve la contraria de forma informada y respetuosa. Donde cada vez es más fácil esconderse tras un nickname para hacer o decir cosas que nunca se nos ocurriría en el mundo real. A veces me pregunto si esta especie de desdoblamiento de la realidad y de la forma que tienen algunos de entender las redes sociales no tendrá consecuencias graves a largo plazo.

He estado conforme y en paz durante estos dos años con mi decisión. Y debo decir, al mismo tiempo, que no me ha resultado fácil. Muchas veces, he estado a punto de caer en la trampa de responder a un mensaje de odio con otro en el mismo tono. De dejarme llevar por la impotencia de ver cómo se extendía información falsa, cómo ciertas ideas se iban introduciendo, poco a poco, en el imaginario colectivo e iba polarizando la sociedad. Lento, poco a poco. Pero con paso firme, sin dudar ni un solo momento. Yo seguía a lo mío, en mi difícil empresa de no usar mis espacios digitales para dar voz a ninguno de estos grupos, ni partidos, ni personas, ya fuera de forma activa o pasiva. En otros quizá no, pero en mí encontrarían un muro de contención, sin fisuras.

Sin embargo, esta mañana una buena amiga me ha pasado un vídeo de un señor que afirmaba haber formado parte del grupo de WhatsApp de señoros que consideran la democracia como una amenaza y, a los demócratas, una enfermedad. Afirmaba también haberse salido del grupo, y haber vuelto a entrar, pero nunca había formado parte de esos mensajes, ni esas amenazas, ni las cartas que mandaban al Rey. Este señor insistía en que el mensaje en cuestión (ese en el que dicen que hay que aniquilar a 26 millones de personas) no dejaba de ser anecdótico; que lo verdaderamente importante era gravedad la existencia de este movimiento organizado, y con influencia en las altas esferas de la vida política. Y al escuchar eso, algo se me ha removido dentro y me he molestado. Le he preguntado en voz alta a este señor qué le ha llevado a hablar ahora, y no antes. Si él siempre ha sido consciente de la gravedad de lo que estaba ocurriendo, ¿por qué no dijo nada?

Entonces, esta realidad me golpeó en la cara. Porque, durante dos años, yo tampoco he dicho nada. Y el silencio, en según qué situaciones, es igual de cómplice. Ya se dice que «el que calla otorga».

No hay respuesta sencilla ante la cuestión de cómo tratar y combatir la extrema derecha, la polarización social o los populismos. Probablemente, todos estamos cometiendo errores. No puede ser de otro modo si Trump llegó a presidente de los Estados Unidos, si Reino Unido sale de la Unión Europea o si en España, con un recorrido democrático tan corto y una dictadura tan reciente, partidos como VOX encuentran nicho electoral. Todos lo estamos haciendo mal porque tratamos con condescendencia movimientos que creemos aislados, marginales, desviaciones en la investigación de datos. Pensamos que no saben. Que no tienen razón y que, por lo tanto, hay que dejarles hablar, como a los locos. Que ya se cansarán, y el movimiento en sí mismo irá desapareciendo, como una hoguera que se va apagando. En efecto: ni VOX, ni Trump, ni el brexit tienen razón. Pero sí la tienen quienes se sienten representandos por estos movimientos, quienes escuchan mensajes de odio y no ven odio, si no atención.

Es a ellos a quien hay que escuchar. Atentamente. Porque Trump, VOX, Bolsonaro, Orbán, el brexit son consecuencias. Son síntomas, pero no son la causa del problema. El problema de fondo es la desigualdad. Es vivir en un mundo donde la brecha social cada vez es más grande, y donde una gran parte de la población mundial siente que el sistema (el que sea) les ha dejado atrás. Que el mundo se mueve muy rápido, y ellos han perdido el tren. Sienten que la realidad, la suya al menos, se limita a tratar de sobrevivir en un entorno que ya no los valora ni los aprecia como solía hacerlo antes. Y no entienden bien en qué momento ha cambiado todo.

Hay que combatir los populismos, los extremismos, los fascismos, las extremas derecha de este mundo. Porque todos ellos se aprovechan de la miseria humana, de la desesperanza y de la falta de oportunidades para construir un mundo peor, menos inclusivo, menos tolerante, donde solo tienen cabida los privilegios de unos pocos. Son movimientos que usan el descontento social como carro de combate, y que luego lo deja olvidado en un rincón, junto con las promesas de un mundo mejor.

Hay que combatirlo desde el respeto, pero desde la intolerancia. Porque no toleramos nada que polarice la sociedad, que nos divida, que nos haga odiar al vecino y rechazar al extranjero. Hay que combatirlo con información, con números, con datos. Hay que desmentirlo. Hay que denunciarlo. Hay que combatirlo calmados, desde la razón. Pero seguros, sin cansarnos nunca. Cuando decidimos callar, es posible que no estemos dando voz a los mensajes, ni estemos ayudando a expandirlos; pero no lo paramos. No somos islas solitarias en medio del mar, cuando no decimos nada, somos cómplices pasivos.

Debemos ser muros de contención que, además de resistir ataques continuos, sepa usar canales correctos de comunicación y comprensión. Porque hay que combatir los síntomas, pero a través de la comprensión del origen. Hacerlo es una responsabilidad y un deber social.

La politóloga recomienda: El mapa fantasma, de Steven Johnson

Llega una nueva sección al blog. Sí, sí. De verdad. Este espacio de recomendaciones es un proyecto a lo que llevo dándole vueltas mucho tiempo. Tal y como dije en la entrada en la que compartí mis motivos para retomar el blog y lo que me había estado frenando hasta entonces, «la politóloga recomienda» lleva mucho tiempo en el cajón de borradores porque la trampa del «todo o nada» me tenía atrapada. Sin embargo, desde la libertad de usar este espacio con la periodicidad que me nace, retomo esta idea con mucha ilusión, con la firme convicción de que compartir conocimiento es una de esas cosas que hacen de Internet un lugar agradable e interesante. Y desde esa perspectiva, ¡allá vamos!

Casi al final de El mapa fantasma su autor, Steven Johnson, comparte con sus lectores una reflexión sobre las ciudades. Afirma que no cree que exista ningún acontecimiento que nos lleve a una especie de éxodo urbano en el medio-corto plazo. La fecha original de publicación del libro es 2006; por supuesto, Johnson no sabía que 2020 estaría atravesado por una pandemia mundial (aunque menciona que hay un riesgo alto, ¡ya en 2006!) y que el confinamiento originaría, al menos en España, una vuelta a los pueblos y al medio rural. Como mínimo, una reflexión sobre la manera en la que habitamos las ciudades y las transitamos. Pero vayamos por partes.

El mapa fantasma (ed. Capitán Swing) trata en sus páginas un brote de cólera en el Londres victoriano y la manera en que la cartografía de la enfermedad cambió el diseño de las ciudades. Dicho así, parece algo muy técnico. Lo maravilloso de este libro es el cómo lo cuenta: a caballo entre el ensayo puro y una historia de detectives Steven Johnson logra, con su estilo, meterte de lleno por Broad St. y sus calles colindantes. Por momentos, parece que las personas te saludan al pasar; se lee como un plano móvil de una película, que te pasea por callejuelas y donde puedes tomarte una pinta en el pub o extraer agua de los surtidores de la zona. Incluso es posible que recrees con bastante exactitud cómo debía oler Londres en la época victoriana, y que sientas un poco de claustrofobia al pensar en tanta gente hacinada en las casas. Es como si la manera en que está escrito te invitara a hacer los mismos recorridos que John Snow plasmó, posteriormente, en su mapa. El retrato que realiza de la sociedad londinense de la época es muy certero, y la forma en que vamos siguiendo el brote de cólera se acerca mucho a un caso de Sherlock Holmes. Incluso tenemos a dos protagonistas, Snow y Whitehead, que van recomponiendo el puzzle poco a poco, a su ritmo y desde sus planteamientos teóricos. Lo interesante de este libro es que ninguno de los dos eran expertos en la materia y, aun así, el conocimiento local y la insistencia logran que den un vuelco a los paradigmas establecidos, aunque para ello se necesitaran décadas y otros brotes de la enfermedad. La ciencia, ya se sabe, es de digestión lenta. Y la tradición tiene, en ocasiones, un peso demasiado grande para desafiarla.

Como opinión personal, creo que el punto fuerte de este libro es el espacio y la importancia que da a las historias individuales, y el uso que hace de ellas para crear algo global. Porque la realidad es que el mundo está hecho de pequeñas historias individuales, anónimas; de minúsculos logros que cambian el rumbo de las cosas. En El mapa fantasma, el autor trae de vuelta a todas esas personas que, con su muerte, ayudaron a crear un mapa de datos que localizó la forma de contagio del cólera e hizo, a la larga, que la enfermedad se pudiera prevenir y controlar. Es como si Johnson rindiese un pequeño homenaje a todas ellas.

El libro es una fuente enorme de conocimiento general y discute conceptos interesantísimos, como el valor económico de las heces humanas o la perspectiva de que las ciudades son, a la larga, la forma más ecológica y sostenible de vivir en el planeta. Pero también es una reivindicación de asuntos que no debemos olvidar, especialmente con una pandemia de por medio. Johnson pone de manifiesto la importancia de los datos para combatir cualquier enfermedad, cómo de crítico es el conocimiento local y el rastreo de la enfermedad hasta dar con su origen y su forma de contagio. Solo entonces seremos capaces de combatirla.

Pero los datos, por sí mismos, no son suficientes. El brote de cólera en Broad St. es interesante porque demuestra que hay una idea (errónea) muy antigua, que vuelve una y otra vez: que los virus y las enfermedades se ceban con los más pobres porque no son/están suficientemente loquesea. En el Londres victoriano, se les acusaba de no ser suficientemente higiénicos. La realidad es que las enfermedades no entienden de clase social, y este libro ayuda a poner el foco en lo verdaderamente importante: la igualdad social, y un Estado que proteja a sus ciudadanos por igual, pero especialmente a los menos favorecidos. En aquel entonces, saber cómo se trasmitía el cólera cambió el diseño de las ciudades e hizo que los Estados se estrenaran en el intervencionismo: el alcantarillado público. ¡Qué buen ejemplo!

El mapa fantasma pone de manifiesto la importancia de la salud pública. Y nos recuerda que «mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo». ¡No dejéis de leerlo!

Emigrar significa, a veces, morir

Distintos sociólogos, politólogos, antropólogos y filósofos han hablado, en diversos estudios a lo largo de los años, de aquellos procesos que nos llevan a deshumanizar a las personas. 

En el mundo en el que vivimos, de consumo rápido de la información, el olvido de estaocurre exactamente a la misma velocidad. Las noticias lo son solo cuando un medio nos bombardea constantemente con la misma información. Después, bombardean con algo totalmente distinto y se nos ha olvidado la imagen de un niño muerto en las orillas de una playa. Hacemos oídos sordos y ojos ciegos, todos los días, a todas esas personas convencidas de que, al cruzar el mar, encontrarán una vida mejor. A mí, personalmente, se me rompe todo por dentro cuando pienso en todos esos sueños destrozados cuando llegan. Toda la vida que han dejado atrás, y la que no volverán a tener. 

La retórica de este discurso, que llena a los refugiados y a los inmigrantes de estereotipos y prejuicios, y los vacía de su identidad y la historia vital que llevan consigo, me parece macabra. El uso xenófobo que hacen de ellos los partidos de extrema derecha es una de las maneras más simples que hay de correr un tupido velo sobre los problemas reales. Es una de las más antiguas, también. 

El racismo de algunos medios de comunicación es vergonzoso, especialmente cuando no lo esconden. En la retórica y la extensión del uso de cierto lenguaje, los medios tienen un papel importante, por no decir imprescindible. Y me resulta vergonzoso leer, aun hoy, titulares racistas y “reportajes” que vienen a decir que “el de fuera” amenaza nuestro modo de vida. ¿Qué modo de vida? ¿Qué es exactamente “fuera”? Solamente hay un planeta, un mundo. Y las fronteras, me gustaría recordarlo, son conceptos imaginarios; líneas artificiales que, en el mejor de los casos, siguen el cauce de un río.  

Los migrantes, los refugiados, son personas. Son humanas. Tienen historias, cargas. Tienen sueños, vida. Impedir un fenómeno tan complejo y natural como las migraciones globales me parece tan absurdo como ponerle una ventana al Sol. La solución no pasa por levantar muros más altos; está en entender que el multiculturalismo no es una amenaza, que la variedad es riqueza, y que todos compartimos un punto crucial común. Somos personas.

Cada vez que alguien muere ahogado en el mar, o antes de cruzar la frontera a otro país, o en un desierto, o a manos de alguna mafia que gana dinero con la desgracia ajena, o aplastado por un tren de mercancías, deberíamos sentir vergüenza. Deberíamos entender que, para que unos pocos vivan en el privilegio, la gran mayoría arriesga su vida a diario. Deberíamos preguntarnos si merece la pena, y en qué momento exacto de nuestra historia perdimos toda la empatía.

La bandera

Me gustaría comenzar esta entrada diciendo que el problema no es la bandera.

Tenemos, en España, una bandera preciosa. Una bandera tan antigua que las historias que hay contenidas dentro de ella no caben en ningún otro sitio. Buenas y malas.

El problema es que a mí también me gustaría poder hacer uso de ella, pero no puedo. Porque está secuestrada por una ideología que no es la mía. Y no es justo. No es justo que los mismos que afirman que en España no hay heridas históricas abiertas sean los mismos que se suben a sus coches, esos conducidos por chóferes, y la ondeen con fuerza.

No es justo que enarbolar la bandera sea sinónimo de «españolismo». ¿Cómo de español te sientes? Depende de cuántas veces hayas defendido tus ideas usando la bandera de fondo. Así, el uso de la bandera es excluyente. Se entiende que el que usa la bandera es «español», y el que no la usa es menos español, o le importa menos su país.

La bandera se ha convertido en un muro altísimo, cuando en realidad debería ser un puente. Debería ser el nexo de unión de todos nosotros, el origen que nos conecta. La bandera es de todos los españoles, sin importar la ideología, el partido al que votemos cada cuatro años o a quien gritemos cuando estamos viendo un debate político en la televisión.

A lo mejor podríamos aprender de Angela Merkel, que entiende que ningún partido político ni ideología pueden secuestrar la bandera de un país y hacerla suya.

Por qué volver a un blog.

Llevo muchos meses dándole vueltas a la idea de escribir en un blog. Durante este tiempo, a veces me echaba para atrás la idea del tiempo que requería. O el compromiso. O el miedo de empezar a lo grande, con mucha ambición, y abandonarlo. 

Me di cuenta de que todo ello estaba ligado a esta idea que tengo a veces del “todo o nada”. Y entendí que tener un blog no implica la obligación de publicar cada X tiempo, con un determinado formato o longitud; en definitiva, que la única que se exige soy yo misma. Y que, en ese sentido, yo debo ser mi principal juez, pero también mi mejor animadora.

Cada vez que entro en redes sociales y paso algún tiempo leyendo, me reafirmo en mi idea de que necesito otro espacio adicional para expresar mis pensamientos (que no es que sean especialmente importantes o trascendentales, pero a mí me gusta darles valor). Y es que creo que nos hemos acostumbrado al consumo rápido y voraz de información y, en consecuencia, hemos desarrollado esta ansiedad por plasmar opiniones en poco tiempo y espacio. Nada se piensa, nada se medita. Hemos perdido el sosiego en las opiniones, el respeto en los debates, la tolerancia hacia los demás y las formas de pensar ajenas y distintas. 

Si no cabe en los caracteres que me permite Twitter, hago que quepa. Y eso produce pensamientos inconexos en ocasiones, a los que les falta algo de precedente, de historia, de origen. Lo que se escribe en Twitter está diseñado para ser consumido al instante, y no critico eso. Me encanta Twitter, tanto para consumir información, como para llegar a artículos y análisis a los que no hubiera llegado de otro modo, como para expresarme. Sin embargo, defiendo que no debe ser lo único. Debe haber más, un lugar donde poder intercambiar ideas sin que eso suponga un ataque o una ofensa. Un sitio donde haya más, a donde me pueda dirigir cuando quiera expandir mis pensamientos y mis opiniones. Un sitio donde los caracteres no me obliguen a hacer malabares con las palabras. Donde el lenguaje y su uso se expandan, se recuperen. Donde el contexto importe.

Tener un blog es, por decirlo de algún modo, mi forma de insubordinación. Es la manera en la que protesto contra los clickbaits, las palabras acortadas, los titulares sensacionalistas, los lo que sucedió a continuación te sorprenderá. Es como me resisto a perder la habilidad de debatir desde el respeto y la tolerancia; como mínimo, es un intento de invitar a los demás a recuperar o fortalecer esa habilidad. Es mi intento de regresar al sosiego, a la palabra meditada, a las opiniones vertidas desde el conocimiento y la calma. Me parece importante fomentar el pensamiento crítico en los tiempos que corren, trabajar nuestra capacidad de plantearnos cosas, de cuestionar, de hacernos preguntas que nos hagan crecer, entender, respetar y tolerar.

Es muy ambicioso, lo sé, pero ya dicen que Roma no se construyó en un día. Y yo defiendo siempre las causas a largo plazo. El resto, ya veremos.  

Siria: ¿qué hacer?

Después de varios días en los que los medios de comunicación no hacen más que bombardear con información (no siempre fiable) sobre Siria, he decidido montarme en el carro y aportar mi granito de arena.

No os preocupéis, no es mi intención introducir otro debate sobre si es más adecuado intervenir militarmente en Siria o no. Tampoco os voy a decir si Obama hace bien comenzando otra guerra. Mi intención, al crear esta entrada, es asegurarme de que todos los que estáis interesados en el tema os alejéis de los medios de comunicación españoles y tengáis la oportunidad de conocer otros puntos de vista. ¿Por qué? Porque lo que está ocurriendo en Siria no es de fácil comprensión; en realidad, nada de lo que ocurre en esa zona del mundo es sencillo de entender: se mezclan muchas circunstancias (del pasado y del presente) con antiguas disputas, asuntos no arreglados, intereses escondidos, etc. Los medios de comunicación españoles, en su línea, se dedican a filtrar y triturar información hasta tal punto que resulta imposible conocer los motivos reales que nos han llevado hasta aquí. Simplifican el asunto a un bueno y un malo, borrando todos los grises de la historia que puedan hacerla compleja. Señores, para poder hacer un buen juicio y crearse una buena opinión, es imperativo que seamos capaces de acudir a otras fuentes. La información es poder, así que vamos a informarnos bien complementando lo que ya tenemos en la mente.

Así pues, voy a recopilar en esta entrada una serie de artículos que, a mi entender, resultan muy interesantes a la hora de conocer puntos de vista, datos y cuestiones estratégicas:

– «Siria, la OTAN y la máxima de Du Guesclin»: aproximación a lo que ocurre en Siria y sus alrededores. ¿Por qué intervenir ahora y no antes? http://fairandfoul.wordpress.com/2013/08/28/siria-y-la-maxima-de-du-guesclin/

– «Las armas químicas y el ataque a Siria: una cuestión de fe»: ¿son las armas químicas una justificación para la intervención? http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=%2Felcano%2Felcano_es%2Fzonas_es%2Fcomentario-arteaga-armas-quimicas-ataque-siria

– «Erase The Red Line. Why We Shouldn’t Care About Syria’s Chemical Weapons»: si se han usado armas químicas a pequeña escala, ¿debería eso llevarnos a una guerra? http://www.foreignaffairs.com/articles/139351/john-mueller/erase-the-red-line

– «Barack Obama’s Iraq Syndrome»: después de la Administración Bush, Obama es demasiado cauteloso a la hora de intervenir. http://www.economist.com/news/united-states/21584030-americas-president-too-wary-taking-sides-middle-east-barack-obamas-iraq?fsrc=scn/tw/te/pe/barackobamasiraqsyndrome

– «Otra vez la guerra justa»: si se inicia otra guerra, ¿será justa? http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/2013/08/otra-vez-la-guerra-justa.html

– «Why Obama Should Stay Out of Syria»: iniciar la guerra es llevar todas las de perder. http://972mag.com/why-obama-should-stay-out-of-syria/77896/

– «There Are No Easy Answers In Syria»: nada es blanco o negro, y lo que ocurre en la región es más complejo de lo que parece. http://www.dailystar.com.lb/Opinion/Commentary/2013/Aug-28/228902-there-are-no-easy-answers-in-syria.ashx#axzz2dH7Lc4GG

– «¿Qué intereses tiene Rusia en Siria?»: ni Estados Unidos ni la Unión Europea son los únicos que tienen posibles intereses en la región. No por nada es Rusia quien lleva meses vetando la intervención en el Consejo de Seguridad de la ONU. http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2013/DIEEEO48-2013_InteresesRusos_enSiria_MoralesGlez.pdf

– «Siria y las falsas dicotomías»: el punto de vista de allí. http://www.eldiario.es/zonacritica/Siria-EEUU-Guerra_en_Siria_6_169793023.html

– «Des buts de guerre en Syrie flouts et inatteignables»: la guerra por la guerra. http://www.almendron.com/tribuna/des-buts-de-guerre-en-syrie-flous-et-inatteignables/

– «Siria: el tablero plantea ahora una coalición de Estados»: unas cuantas apreciaciones a tener en cuenta. http://llegalaultima.wordpress.com/2013/08/31/siria-el-tablero-plantea-ahora-una-coalicion-de-estados/

Espero que os haya servido. Después de esto resulta más complicado posicionarse, ¿verdad?

Todo lo que hay que saber del sistema electoral norteamericano.

Charles de Gaulle, antiguo Presidente de la República Francesa, dijo una vez que en las elecciones norteamericanas deberíamos poder votar todos los ciudadanos del mundo. En aquellos momentos (e incluso ahora) no le faltaba razón, puesto que Estados Unidos es, si no el mayor, uno de los mayores generadores de códigos geopolíticos.

Tenía preparada otra entrada para subir al blog, pero a raíz de las elecciones norteamericanas de la semana pasada han sido muchos los que me han preguntado sobre el funcionamiento de su sistema electoral, con el fin de poder entender mejor qué ha estado ocurriendo durante los últimos meses y qué pasó exactamente la noche de las elecciones. Soy consciente de que esta información llega tarde, pero espero que a algunos les sirva para enfrentarse a las elecciones de 2016 con otros ojos.

Hay algunas diferencias básicas con respecto al sistema electoral español que debemos tener muy presentes a la hora de hablar del sistema electoral norteamericano: una vez tengamos claros estos conceptos, creo que nos será más fácil comprender de una manera general el funcionamiento del engranaje electoral norteamericano. En primer lugar, la organización territorial es federal. En segundo lugar, se trata de una República constitucional presidencialista, con un sufragio distinto, y un sistema electoral mayoritario.

¿Cómo funciona el sufragio? Todos sabemos que, en España, una vez cumples 18 años, tu derecho al voto se vuelve activo  de manera automática. En Estados Unidos, sin embargo, es un proceso que debe realizar cada ciudadano. Todo el que quiera votar que no lo haya hecho antes debe ir personalmente a registrarse como votante para poder ejercer este derecho. El registro se realiza una sola vez en la vida, y normalmente tienes que definirte en ese momento como demócrata, republicano o independiente, aunque esta característica se puede modificar a posteriori. Es por esto que la campaña de Obama de 2008 se centró no solamente en lograr votos, sino sobre todo en que la gente fuera a registrarse para votar, ya que Estados Unidos es uno de los países donde existe mayor abstención.

Y después, ¿qué pasa? ¿Por qué los demócratas gritan si ganan en Estados como Ohio? ¿Por qué damos por supuesto que los republicanos ganarán en Utah?
Al igual que en España, en Estados Unidos hay Estados donde los analistas saben qué partido saldrá ganador, bien por su historia, bien por tradición de voto. Así, sabemos que los republicanos (a no ser que ocurra una desgracia muy grande de repente) ganarán siempre en Estados como Utah, Kansas o Texas; y que Estados como California, Illionis o Hawaii son tradicionalmente demócratas. De esta manera, al principio de la campaña presidencial se comienza a dibujar un mapa con los Estados donde el voto hacia hacia uno u otro candidato es seguro. Por supuesto, hay Estados donde nadie sabe qué va a ocurrir, y son estos donde los candidatos emplean sus mayores esfuerzos y donde concentran la mayor parte de la campaña los dos años anteriores a las elecciones. Son los llamados «swing states», esos Estados indecisos donde no hay tradición histórica republicana o demócrata, y que normalmente suelen ser decisivos a la hora de darle la victoria a uno de los oponentes. En estas elecciones, los grandes Estados indecisos han sido Ohio, Florida, Virginia, Wisconsin y Colorado. Otros como Pennsylvania, Iowa o New Hampshire revelaban una tendencia hacia uno de los candidatos, pero tampoco estaba confirmado al 100%.
Una vez conformado el mapa completo de los Estados donde el voto es seguro y de los indecisos, los analistas políticos comienzan a jugar con las combinaciones de los Estados que necesita cada candidato para ganar. Es más, el «cuántos» queda en un segundo plano, porque lo realmente importante es cuáles: los demócratas pueden tener un número menor de Estados donde hayan ganado, y aun así haber obtenido la victoria presidencial. Esto se debe a que cada Estado tiene una serie de representantes en función de sus habitantes, y aquí es donde parece que se complica la cosa, pero en realidad es mucho más sencillo.

Como ya hemos dicho, el sistema electoral es mayoritario, y se aplica lo que se conoce como «the winner takes it all». No existe ni fórmula D’Hondt, ni reparto de escaños, ni nada parecido. El proceso es el siguiente: los ciudadanos (que previamente se han registrado voto votantes) acuden a elegir a un candidato dentro del Estado, pongamos, de California. Una vez finalizada la jornada, se produce el recuento de votos de un partido y de otro. El partido demócrata tiene más votos y, por su número de habitantes, California tiene 55 representantes, así que en este escenario los 55 representantes van para los demócratas. Esto es importante que se entienda, ya que no se produce ningún tipo de reparto proporcional en función de los votos. Así, ganar en un Estado supone ganar todos sus representantes, y para lograr la presidencia son necesarios 270 de ellos. Por ello, durante la noche de recuento electoral y dependiendo de qué Estados logre cada oponente las posibles combinaciones se van reduciendo, hasta que los candidatos necesitan Estados concretos para ganar. En este juego de fórmulas, los indecisos son fundamentales, puesto que aportan un gran número de representantes que, normalmente, son decisivos en el recuento final.

Después de la victoria electoral, llega el acto de gobernar en sí mismo, y este hecho también despierta dudas entre muchas personas. ¿Por qué en Estados Unidos los miembros de la Cámara de Representantes pueden votar en contra o a favor según les plazca? Como ya hemos explicado anteriormente, los representantes son elegidos en cada Estado y, después, estos eligen al Presidente. Si la mayoría de representantes son demócratas cabe pensar que el Presidente, por tanto, también lo será; pero esto no quiere decir que aprueben todas las leyes que proponga. Esto se debe a que, a diferencia de España, los representantes no ostentan su cargo gracias al Presidente, sino al revés: en este caso, es Barack Obama quien debe a los representantes la presidencia, puesto que cada uno ha sido elegido en su propio Estado, y se debe a los intereses de sus votantes. Es por ello que, si en el programa electoral de un representante demócrata se condena el aborto, no puede votar a favor de él en la Cámara, en orden de conservar su puesto. Es cierto que, por regla general, los representantes demócratas en su amplia mayoría estarán de acuerdo con las medidas de un Presidente demócrata, pero existen ciertos temas, como la sonada reforma sanitaria, que levantan ampollas entre representantes y votantes y no importa tanto el partido al que pertenezcas o la ideología. En principio, este sistema permite que un representante no esté atado a los intereses de su partido de manera completa, teniendo la libertad de poder elegir y votar en función de sus necesidades y de las de sus votantes.
En España, sin embargo, los parlamentarios se deben a su partido ya que, al tratarse de listas cerradas, podría decirse que han obtenido ese puesto gracias a que ha salido el candidato, así que existe esa «obligación moral» (y, en muchas ocasiones, no siempre justa o limpia) de votar a favor de todo lo que se le ocurra proponer al candidato de su partido.

Espero que, después de este artículo, todos seamos un poco más capaces de saber leer resultados como los siguientes.

Entiendo que no es el sistema electoral más fácil del mundo, pero a mí personalmente me resulta más fácil de entender que el nuestro. Y vosotros, después de haber recibido esta información, ¿qué pensáis?